Hace frío y está lloviendo.
Me asomo a la ventana, la acera está
mojada, los coches pasan y mojan a los peatones que por ella pasan.
Se giran y maldicen a la persona que les mojó.
Miro al frente, hacia el más allá
pero no veo nada. Está vacío, no hay absolutamente nada.
Una vez me dijeron que tenía futuro,
que podría salir adelante, que todo esto acabaría algún día.
Y tanto que acabó. Hace años, pero en
mi interior sigue ahí, aferrado a mi corazón.
A lo poco que queda de él.
Cada día que pasa me va haciendo
trizas, poco a poco, notando el sabor de la sangre, haciéndome
sufrir.
Me cojo un moño alto, aparto unos
pocos mechones que quedan sueltos.
Vuelvo a ese difuso mes de verano, ¿qué
hice yo para recibir todos esos gritos? ¿Por qué he recibido tantos
golpes con esas duras palabras? ¿Qué no iba a ser capaz de amar a
ningún hombre? Amo a mi hermano, tú nunca amarás a nadie que no
tenga dinero.
No es solo eso, es que te vi sin tu
máscara. Y me dolió. Y tanto que me dolió, pude ver tu verdadera
cara, y la mirada de odio hizo que por fin admitiese, aunque fuera
para mi misma, que no quería verte más, que debería huir de aquí.
Ese día decidí irme de esta ciudad
pronto, ir lejos.
Vivir en ese lugar cuyos recuerdos aún
los tengo nítidos, tanto la llegada como lo que sentí cuando volví
a este infierno. Esas luces, esa vida, esa gente. Tengo que volver
allí, de un modo u otro.
¿Te acuerdas cuándo me dijiste que
era dura? Lo soy, como una roca. ¿Y que era fría? Como el hielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario